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martes, 3 de enero de 2012

El sentirse hijo de Dios

La Filiación Divina


Por: Enrique Aliaga Ruiz

Mis queridos amigos, la vida misma es toda una esperanza volcada en la mismidad de la persona. Una esperanza que brota del encuentro con ese objeto de nuestro amor, aquel, que se convierte en el motor y vehículo de nuestra entera existencia.

Ahora bien, alguna vez divagando en este maravilloso mar del conocer y del amar, me plantee algunas cuestiones. La primera de entre ellas fue ¿cómo se entiende realmente el sentido de la filiación divina?, y es que es muy difícil encontrarla en un clima caótico, en una enacerada lucha por nuestros caprichos. La otra pregunta que solía zollipar mi cabeza era ¿cómo darme cuenta lo que realmente Dios me va pidiendo cada día? Y es que claro está a él no lo vemos ni le sentimos.  Y la tercera pregunta que por el momento trataremos de contestar es ¿cómo muevo mi voluntad, al plan que Dios me tiene trazado?

Como introito a este pequeño comentario, puedo decir, que las respuestas acertadas o las equivocas en este escrito, no tienen como fin el dar las soluciones a nuestra vida, más lejos que de aquel fin no se puede estar. Lo que se intenta es que aprendamos juntos el maravilloso arte del saber vivir, bajo el entendimiento y la aceptación gozosa de la providencia divina. Dios no es un algo que yo me creo, como producto de mi necesidad de creer, al contrario mi necesidad de creer se da porque él es un alguien, un alguien que sustenta real y ontológicamente el cada paso y cada logro de mi poquedad, de mi existencia, de mi felicidad.

Partiendo de la primera de entre nuestras preguntas, daré el esbozo que manejo acerca de este tema. La filiación divina no es otra cosa que el darse cuenta que yo necesito de alguien a quien amar, ya que en mi Ser esta la capacidad de sentirme amado y esto es recíproco, ya que el amor es una relación dialogal de encuentro, de entrega de mismidades. Un encuentro no de sentimentalismo barato, sino de un encuentro en el que muchas veces Dios se vale del sentimiento para enriquecerlo, que es diferente; como una antesala a lo gozoso que será nuestro encuentro con él.
Del mismo modo en el que nos sentimos amados, nos sentimos hijos: ¡pami y mami son lo máximo!  Solía repetir muy a menudo uno de los pequeñines del grupo que guiaba hace algunos años.  Recalco en eso: si somos capaces de querer a nuestros padres y de aceptarlos con todas las carencias propias de su humanidad y también de admirarnos por las ventajosas virtudes que de ellos se desprenden ¿cómo no? 

Aceptar nuestra relación de hijos con nuestro padre Dios, esto solo es cuestión de coherencia, de pensar con mayor apertura. Él nos creo por amor y nos colma de gracias en nuestro vivir cotidiano. El es nuestro padre, y ¡que tal padre!, nos soporta en demasía, nos aguanta, nos da su amor y muchas veces nosotros ni siquiera lo notamos, aún es los momentos de dificultad tratamos de anteponer nuestro orgullo, nuestra indigencia ante su amor clamante.

Dios es mi padre, el tuyo y el de toda la humanidad, él no te pide que le hagas misas, que hagas cosas inhóspitas,  que cambies radicalmente tu estilo de vida, mucho menos que te hagas sacerdote o religiosa. El te pide algo más, pequeño en proporción, pero grande en exigencia. El pide tu correspondencia, tu amor, tu entrega, tu alegría.

Alegría que se consigue en tu vivir hoy, de cara a los demás, alegría en el dar, más que en el recibir, alegría en el aceptar los retos que te pone la vida, alegría en el mostrarle una sonrisa de oreja a oreja al que la necesita, al que te quiere y una más grande al que te odia y eso no es hipocresía, eso se llama Amor.
Ahora como puedo darme cuenta de lo que Dios me va pidiendo, pues no esperes que te llegue una postal o un mensaje al facebook, Dios tiene otros medios, puede ser el consejo de un amigo, la palabra de tus padres, la lectura de un libro, una experiencia dialogal, etc.
Son muchas las maneras de las que Dios se presta, para hacerle la vida grato a los demás y para hacernos llegar sus palabras, palabras que llenan y eclipsan todo nuestro destino.
Y lo que Dios te va pidiendo cada día implica una renuncia, aquella frase envuelve  todo nuestro tema: “los planes nuestros no son muchas veces los de Dios”  y esto quiere decir que para entenderle necesitamos un clima de silencio, (si se quiere profundizar, el anterior escrito trata del silencio interior…).

Nuestra vida esta llena de milagros: puedes ver, respirar, oler, gustar, amar, querer, estudiar, aprender, que sentido tendría todo esto si no nos lo fuera dado, ¿hacia donde apuntaría nuestra vida?, nuestro único trabajo es como decía algún santo… vivir santamente la vida ordinaria. Allí esta la voluntad de Dios en el servirle a él en los hombres, ya lo decía en la bienaventuranzas, ese es el secreto para ganar el cielo, pero primero hay que ganarse la tierra.

Lo más difícil, mover mi voluntad. Mover mis criterios, mí forma de ver la vida, mis aspiraciones, mis caprichos, mis ideas, que normal nos parecen estas frases.
Amigos lo primero en lo que se debe luchar es en el matar mi amado ¡yo!, desterrar todo lo que sea mi voluntad. Nadie niega que nuestros proyectos sean buenos y santos, solo recuerda que quizás no son los que Dios te pide.

Lucha por tus sueños, por tus aspiraciones, por lo que crees que Dios te va dando, las cualidades tuyas, no las tienen los demás por el hecho de que tu seas mejor, sino al contrario, la pluralidad de formas de ser, la diversidad es la riqueza de la Iglesia, ya que en nuestras diferencias encontramos el punto neurálgico de nuestra unión el amor verdadero a Dios.

Ama y haz lo que quieras, vive con intensidad, pero ama, entiende lo que esa palabra encierra.


Y pídele a Dios: Señor aparta de mí, todo lo que me aparte de ti. Y que ese sea el fundamento y la medida perfecta de tu amor para con los demás. Si no ves en los demás a Dios, nunca le servirás como el quiere ser servido, nuca le amaras como el quiere ser amado, nunca serás feliz, porque tu felicidad está en olvidarte de ti, en entregarte a los demás y en ellos a Dios, porque mas merito que recibir tiene el dar.    

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